Wanelge Castillo, el perenne ganador en la lucha olímpica

Por Nicolás Espinosa Serrano

 

Wanelge, en sus años mozos, cuando era un joven de apenas 52 kilos.

 

La lucha olímpica le ha brindado lustre al deporte panameño, desde que George Jones, Roy McLean, Harry Smith y Gladstone Stone, se colgaron las primeras preseas en los Centroamericanos y del Caribe de Panamá en 1938.

 

A partir de ese momento, no se ha dado competencia regional alguna en la que no haya estado presente, brindando satisfacción y orgullo al deporte istmeño.

 

A Panamá le dio sus primeros campeones mundiales aficionados en los años 70, en la figura de los colonenses Saúl Leslie y Julio Kennion, cuando gran parte de la población ignoraba que se practicara este deporte.

 

Aún así, nunca ha sido de las más favorecidas por los gobiernos de turno, y las derruidas instalaciones donde actualmente entrenan sus atletas a nivel nacional, son la prueba más fehaciente de ello.

 

Esta es parte de la historia del legendario luchador veragüense Wanelge Castillo, ganador de medallas en todas las competiciones regionales en las que participó, pero que se vio obligado a retirarse ‘porque el deporte no paga’. 

 

Hoy, a los 77 años, recordó con nostalgia esa época, en la que hubo triunfos, pero también muchos momentos difíciles, al entregarse a una disciplina con poco apoyo.

 

Wanelge es padre de los exluchadores Edgar Iván y Tomiaki, quienes en su momento también representaron al país y hoy son instructores en la provincia de Herrera.

 

La lucha de sus amores

 

Wanelge Castillo está convencido de que nació para la lucha olímpica, no solo porque fue el único deporte que practicó sino porque, a pesar de su natural fuerza, sobresalió por su capacidad técnica.


Castillo (Der.) fue técnico nacional y participó en varios torneos internacionales.

 

Inició sus avatares a mediados de los años 60 en su natal provincia de Veraguas, cuando llegó al local donde entrenaba una de las más grandes glorias de la lucha, Eduardo Campbell.

 

La figura de Campbell era legendaria tanto en Panamá como en el exterior, donde había ganado oro en Bolivarianos y Centroamericanos y del Caribe y plata en dos Panamericanos.

 

Con ese palmarés a cuesta fue que Wanelge Castillo, oriundo del distrito de Las Palmas, fue recibido a sus 20 años por quien se convertiría en su amigo, entrenador, compañero y tutor.

 

“En ese tiempo no se empezaba de pela’o y con Campbell, a pesar de la edad, aprendí mucho. Fuimos compañeros en Ecuador (Bolivarianos, 1965) y Winnipeg (Panamericanos, 1967)”, recordó.

 

La relación de Castillo con la lucha a lo largo de los 12 años que lo practicó, podría decirse que fue de amor y odio. Gracias a ella, el empresario y exluchador herrerano Aaron Cohen, le dio trabajo.

 

“Me crie y practiqué la lucha en Veraguas, pero no tenía trabajo y una familia que mantener. Me estaba comiendo un cable, cuando Cohen me dio trabajo en Panamá”, explicó.

 

Castillo se retiró de la lucha y siguió trabajando para Cohen, pero ahora en Chitré, hasta que consiguió plaza como instructor en el Instituto de Deportes, donde llegó a jubilarse.

 

Llegan los triunfos

 

Castillo mostró desde un principio el ímpetu, fuerza y talento que traía entre manos, en un cuerpo de apenas 52 kilos.

 

En su opinión, su gran momento fue en los Centroamericanos de Panamá, aunque ya había obtenido medalla de plata en Winnipeg (1967) y ocupado el sexto lugar en el mundial de Mar del Plata (Argentina) en 1969.


Castillo (Izq.) junto a Aaron Cohen y Segundo Olmedo, que también brillaron en el deporte.

 

Su triunfo en 1970 ha sido el más entrañable porque lo hizo ante sus paisanos, y frente al más encarnizado rival que tuvo en su carrera, el cubano Miguel Tachín.

 

“Le gané dos, me llegó a ganar dos y empatamos en una, en unos combates que, digo yo, me ganaron los árbitros”, comentó.

 

Tachín le ganó en la disputa de la medalla de oro en los Centroamericanos de San Juan (1966), pero cuatro años después, el panameño lo pudo eliminar antes de obtener el primer lugar de la categoría.

 

Para la lucha panameña también fue importante esta época porque el gobierno contrató al entrenador japonés Tomiaki Fukuda, quien les cambió la forma de entrenar y de combatir.

 

“Con Campbell aprendí, pero con Fukuda lo aprendí todo”, señaló Castillo.

 

Fukuda, campeón mundial en 1965, es presidente de la federación japonesa de judo y vicepresidente de su comité olímpico.


El japonés Tomiaki Fukuda (Der.), exentrenador de Panamá, hoy es dirigente en su país.

 

Después de Panamá 70, Wanelge ganó la medalla de oro de los Bolivarianos de 1973, también en Panamá, y la de bronce en los Centroamericanos y del Caribe de Santo Domingo (1974).

 

Sus méritos lo llevaron a los juegos Olímpicos de México (1968) y de Munich (1972), donde la gran calidad de los rivales se unió a las limitaciones económicas y deportivas de los nuestros.

 

La hora de meditar

 

Efectivamente, las victorias siguieron junto a sus compañeros Segundo Olmedo, Pablo Ledezma, Alfonso González y Gregorio Estribí, pero las condiciones no mejoraron.

 

“No era que la calidad de los contrarios mejoró, sino que no teníamos respaldo. Uno tenía que ir a trabajar y después asistir al gimnasio, a una práctica que no la aguantaba nadie”, puntualizó.

 

Señaló que los entrenamientos eran muy exigentes, principalmente de cara a una competición internacional, cuando las sesiones se daban dos veces al día.

 

“Creo que Panamá hubiera tenido un mejor papel si hubiéramos tenido el respaldo, que no tuvimos nunca”, expresó.

 

“¿Te imaginas tener tu comida y todo bien en tu casa, cuando vas al gimnasio? Todo funcionaría, pero no fue así”, añadió.

 

Fue por ello, entre otras cosas, que no asistió a los Panamericanos de México en 1975, y dos años después entrenó a quien ganaría la división de los 52 kilos en los Bolivarianos, Ricardo Butterbaugh.

 

“Los juegos Bolivarianos los hubiera ganado por tercera vez, pero no quise y fue un joven a quien ayudaba en sus prácticas”, reseñó.

 

A pesar de todo, Wanelge Castillo se siente conforme con lo vivido en su vida deportiva, porque le dio la oportunidad de representar a su país y a su bandera, en un deporte casi desconocido.

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