Ernesto Davis, el coleccionista de álbumes de boxeo

Por Nicolás Espinosa Serrano
(hablemosdeportes2.0@gmail.com)

 

Hace algunos años, la verdad que bastantes, me encontré en un autobús hacia la ciudad de Colón al ex púgil Ernesto Davis, quien hizo la mayor parte de su carrera en México. 

Era bastante tarde y me trasladaba a mi casa tras cumplir mi labor en el diario La Prensa. Lo reconocí inmediatamente y lo abordé nada más el transporte tomó la tradicional vía Transístmica hacia la Costa Atlántica (en esa época nada de autopista). 

Había coincidido con Davis, a principios de los años 70, en la escuela primaria República de Bolivia, ubicada en la calle 12 y avenida Meléndez, y desde el inicio se hizo notar. Claro, era uno de los más grandes, en tamaño y edad, y siempre haciendo alguna travesura. 

Figuras del pasado pugilístico local e internacional. Kresh con Laguna, Amaya, Robinson.

No obstante, la mayor afición que tenía era el enseñarnos los innumerables álbumes de recortes de periódicos que poseía, como si fueran una joya, de boxeadores locales y extranjeros, aunque principalmente de los primeros. 

Como se podrán imaginar, los mencionados álbumes no eran más que cuadernos (Balboa y Panamá), algunos medio usados, y uno dedicado exclusivamente a la figura de su hermano, Julio Davis, que en ese entonces se agitaba en el negocio de las ‘narices chatas y orejas de coliflor’. 

Ernesto no se acordaba de nada del pasado; bueno, de casi nada, porque tuvo muy presente los cuadernos, las fotos de los púgiles extraídas de los periódicos y, por supuesto, del álbum dedicado a su hermano. 

También se sorprendió que el periodista que tenía enfrente hubiera sido compañero suyo y que tuviera intactos tantos recuerdos. Le dije dos cosas para sustentar aquella época. 

La primera y principal, la cantidad de coscorrones que nos ganamos sin merecerlos, la mayoría de los estudiantes que nos cruzamos en su camino; y segundo, los cuasi albúmes, que marcaron de alguna manera, mi vida profesional.

De lo primero, soltó una mueca que amenazó con parecerse a una sonrisa y, a manera de excusa, nos dijo que entendiera que habían sido travesuras de pela’os; y de lo segundo, solo señaló que siempre guardó una gran admiración por su hermano. 

Algunos años después un colega y amigo me regaló unos álbumes de fotos de boxeadores, muy similares a los de Davis que, por cierto, son los que ilustran esta nota. 


Algo muy curioso en nuestra charla de casi una hora, mientras las canciones de Arcadio Molinar, Los Mozambiques, Los Shelters y Los Excelentes, servían de cortina musical, fue que en todo momento mi ex compañero me trató de usted y de señor periodista. 

Ernesto Davis se hizo boxeador casi que al mismo tiempo en que hacía travesuras y ponía algo de atención en las aulas escolares. Entre los años de 1973 y 1974 dio sus primeros zarpazos en los tinglados de la ciudad capital antes de partir a la ciudad de México, donde hizo casi la totalidad de su vida profesional. 

Tuvo una azarosa carrera, donde obtuvo más victorias (34) que derrotas (14) en más de cincuenta pleitos, algo que fácilmente se veía reflejado en su rostro, maquillado con algunas cicatrices producto de las refriegas. 

Hablamos de todo un poco, pero nos detuvimos por más tiempo al analizar del porqué muchos púgiles no se retiran a tiempo o por qué vuelven después de algunos años en el retiro. 

El tema llegó a colación porque rondaba en el ambiente pugilístico, uno de los tantos regresos que hizo a los cuadriláteros Roberto Durán. Éste, a inicios de los años 90. 

“Hay dos cosas por las cuales un boxeador vuelve. La principal, el dinero. Mírame a mí, después de entender que ya mi carrera en México había terminado, decidí regresar a ver qué conseguía”,  me dijo con voz ronca. 

“La otra razón son los aplausos, si fuiste de los púgiles que llegaron a ser estrella. A uno le gusta que lo traten como a un ídolo y eso después trae nostalgia”, precisó. 

Davis, que recuerde, nunca fue brillante en la escuela, pero en esos casi 60 minutos de conversación, me demostró que poseía mucha madurez e inteligencia. 

Un detalle. Debemos estar claros que al utilizar las comillas, solo lo hacemos para que se interprete que fueron sus palabras, pero de ninguna manera que son textuales. Ha pasado mucha agua por debajo de ese puente. 

Fue una conversación muy informal, pero de las que siempre se saca algún provecho. 

Al despedirnos, lo hicimos con un apretón de manos. Satisfechos de habernos reencontrado, de haber tenido esa conversación inteligente y, de alguna manera, saldado ese resquemor por los coscorrones recibidos. 

Al escribir esta crónica me llega a la mente el nombre de otro ex púgil colonense, cuya mente para recordar nombres y fechas, sobre todo esto último, era extraordinaria a sus setenta y tantos años. Me refiero a Orlando Amores. 

Pero, esa es otra historia.

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