El ‘Ñato Brizuela’ y sus andanzas por el boxeo
(hablemosdeportes2.0@gmail.com)
Hace poco
me enteré de la muerte del ‘Ñato Brizuela’. Bueno, en realidad su deceso
se registró hace un par de años aproximadamente. Coincidí en el tren con un
amigo en común y me lo comentó: fue encontrado desmayado una mañana en una de
las bancas del viejo parque de Santa Ana, pero en realidad había dejado de
existir.
Conocimos al ‘Ñato Brizuela’ cuando aún existía el gimnasio de El Marañón, en
el lugar donde hoy queda el Mercado del Marisco. Era un viejo simpaticón, que
vendía pendejaditas en las calles cercanas al Barrio Chino y entre las once de
la mañana y las 12.30 de la tarde, se “arrimaba” a ver los entrenamientos en el
viejo hangar.
Eran mis días como reportero deportivo del diario La Prensa.
Un día
se me acercó y después de intercambiar saludos, me dijo. “Carajo, cómo esta
muchachada de pelao's me recuerdan mi época de gallito de pelea”. La verdad fue
que en ese momento supe que el ‘Ñato Brizuela’ había sido boxeador, aunque su
maltratado físico parecía más bien el de una figura del pancracio, de la lucha
libre.
Es más, Brizuela ni era ñato, ni se llamaba así, aunque realmente nunca conocí
su verdadero nombre. Una vez me contó que tuvo que cambiárselo porque su
abuela, quien lo estaba criando junto a otros cuatro escuincles, se había
enterado de su amor por las trompadas y le advirtió que se “dejara de esas
vainas” o conocería realmente a quien le pesaban “realmente las manos”.
La verdad es que nuestro amigo tuvo una carrera poco exitosa y algo efímera en
el negocio de las “narices chatas” y “orejas de colifor”, pero no fue por
Ma'Linda, como llamaba a su abuela, sino porque muy temprano se enteró que el
boxeo es ingrato, y no es para todo el que sueña ser algún día campeón del
mundo.
Sus andanzas por los afamados cuadriláteros no sumaron muchos encuentros, todos
en un año y siempre acompañado por su entrenador, apodado “Piñata”, un señor
bajito y panzón que siempre le decía que llegaría a ser campeón del mundo, como
Jack Johnson o Jack Dempsey, o un ídolo como José Lombardo o Ismael Laguna.
“Siempre me decía antes de que tocara la campana, 'Que tengas suerte, Ñato',
ese era su pregón”, me dijo en una ocasión mi avejentado amigo.
Pero su retiro se dio mucho antes de que se cumplieran las expectativas de ‘Piñata’
y del propio ‘Ñato’. “Una vez estaba esperando mi turno para salir a pelear,
cuando llegó mi entrenador y me dijo que la función la habían suspendido,
después de cumplirse los primeros cinco encuentros”.
¿Pero por qué?, le pregunté. “Solamente habían dos pares de guantes y de
segunda, tú sabes cómo son estas vainas, y al llegar a la quinta pelea, casi
los pelao's se estaban dando de pescozones con los nudillos, así es que se suspendió la función, y como yo no ‘pelié’, no me dieron el peso que siempre
daban”, me explicó.
Pero eso no fue lo peor que le sucedió al ‘Ñato’ y que lo hizo olvidarse del
asunto.
En otra ocasión, recordó que estuvo en una pelea importante. “Lo supe porque ‘Piñata’
me dijo que habían apuestas; yo venía de dos victorias y el otro estaba
invicto. Antes de que el árbitro nos llamara, mi entrenador me tomó del hombro
y me dijo: 'Que tengas suerte, Ñato'.
“La pelea estuvo bastante pareja en los dos primeros asaltos, pero en el
tercero logré conectarle un gancho y lo senté. El árbitro lo ayudó a pararse
porque dijo que fue un resbalón. Fue algo increíble, la gente estaba pegada al
ring, gritaban de todo y algunos nos tiraban cosas”, prosiguió mi locuaz amigo.
“Volví a conectar al pela’o y se volvió a caer; el árbitro comenzó la cuenta,
pero como en cámara lenta, y cuando iba por siete...¡zuápatela! se fue la luz. ‘Piñata’
me sujetó el brazo y me dijo que no me moviera, y cuando volvió la luz, todo
estaba revuelto, y el otro estaba fresco como una lechuga en su esquina”.
“La
gente, yo creo que echaba espuma por la boca, aunque podía ser que no viera
bien por el humo que había en todo el gimnasio. Todos pedían la decisión, unos
gritaban mi nombre, otros coreaban a mi adversario. Pasaron varios minutos, en
los que el árbitro bajó del ring a consultar a la mesa principal, y mientras
tanto, ‘Piñata’ me secaba y me secaba con un pedazo de toalla".
Pero espera ‘Ñato’, le interrumpí, ¿todo eso pasó en realidad?.
“Y,
más”, me respondió, abriendo “inmensamente” sus ojos.
“El árbitro subió y me miró, y luego se dirigió a la esquina del otro muchacho
y le levantó los brazos”, me dijo.
¿Guat? Eso es mentira, le dije de sopetón. Tienes la imaginación digna de un
escritor, le señalé.
El ‘Ñato’ se me quedó viendo, abrió un poco más los ojos, y luego hizo un
ademán como de persignarse, pero antes de terminar la acción, la suspendió en
el aire.
“Mira, eso lo viví en carne propia”, me espetó. “El árbitro le levantó el brazo
al pela’o ese, y luego bajó rápido del ring y...se formó la de San Quintín. ‘Piñata’
me jaló por un brazo, cogimos la bolsa de mi ropa y salimos vola'o del gimnasio”,
culminó el ‘Ñato’.
¿Y qué pasó después?, le pregunté, resignado al hecho de que me estaba tomando
el pelo. “Como que ¿qué pasó? No te dije que me retiré, pues”.
A decir verdad, nunca le creí ese cuento ni otros tanto que me “echó”, mientras
veíamos las prácticas en el Pascual Ciela González de El Marañón.
Después llegó la invasión, ‘Pan de Dulce’ llegó a la presidencia, se produjo la
desaparición del vetusto hangar, y con ello se llevó centenares de historietas
similares a las del ‘Ñato Brizuela’.
Jamás lo volví a ver y como les digo, nunca creí una sola palabra de esos
cuentos, aunque siempre los escuché atento, porque además de entretenidos, eran
contados por un señor mucho mayor que yo, y a los señores mayores se les respeta.
Cuentos o no, fue lo primero que llegó a mi memoria, cuando el amigo en común
me volvió a hablar del ‘Ñato’ y de su partida hacia lo desconocido. Sonríe para
mis adentros.
Al bajar del Metro, al despedirme de mi amigo, la mente me traicionó y le dije:
“Hey Ñato, que tengas suerte”.
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