Doña Chefa y los empujones en el Metro

Por Nicolás Espinosa Serrano
(hablemosdeportes2.0@gmail.com)


Un mar de gente, con o sin pandemia, es lo que vive el Metro de Panamá.


El tren del Metro capitalino le cambió la vida a miles de panameños. Hay que admitirlo, resuelve en tiempo y espacio, aunque en ocasiones se convierte en un ‘Diablo Rojo’ cualquiera, y no lo digo por la velocidad sino por la cantidad de personas que, en horas pico, se trasladan de un lado a otro. 

Es cierto, la pandemia lo cambió todo. Pero, ¿Qué no cambió la llegada del llamado ‘insaciable’ virus? Totalmente la vida de todos y, a algunos, se las cobró de plano en forma literal. 

Admito que tengo más de un año de no abordarlo, así es que no puedo conocer cuánto ha cambiado, aunque estoy consciente que los muchachos no están en las escuelas, y que las medidas sanitarias supuestamente exigen una cantidad determinada en cada vagón.

No obstante, en mis pesquisas he conocido que de eso ya nadie habla y si bien hay personal -por aquí y por allá-, no hay específicamente quién controle la capacidad que debe tener cada compartimiento. 

En resumen, se forma el ‘rifatime’ en las horas pico y todos, absolutamente todos, quieren irse en el mismo tren. 

El escrito que les paso a continuación fue un incidente que se registró hace un par de años, que me pareció, en ese momento, algo cómico, pero que se vive diariamente, tanto ayer como hoy, en nuestro Metro. 

Aquí va la historia. 

¡Carajo! La expresión fue contundente. Tanto fue su efecto, que la chiquilla uniformada que escuchaba una estruendosa música desde su celular Android (¿o era IPhone?) se quitó los auriculares para saber lo que pasaba.

La verdad es que también puse atención a lo que ocurría. Como estaba a unos pasos de la señora que había soltado la expresión, pude escuchar parte de su monólogo cuasi enojado que le dirigía a....nadie en particular y, quizás, a todos los que estábamos cerca de ella en el amontonado Metro.

“No es suficiente tener que compartir olores, pisadas, sino que también quieren sacarlo a uno del poste”, mascullaba la pequeña señora, aunque algo robusta, que me dio un aire a las abuelitas que abundan en las calles de mi querido Colón. Como ‘Doña Chefa’, por ejemplo.

Llegué a entender lo que acontecía en la siguiente estación donde se detuvo el moderno ‘Caballo de Hierro’.

El Metro estaba rebosante de gente, pero mucho más la estación donde se detuvo. El ‘apretujón’ que se registró para salir solamente fue comparable con el que se dio para entrar. No importa que el Metro esté pasando cada cuatro o cinco minutos, los usuarios quieren irse en ‘ése’ precisamente. Fue entonces que verdaderamente se formó el ‘revolcón’ que pregonaba don Salvador.

“Vuelve la vaina”, volvió a vociferar doña Chefa (bueno, la verdad es que jamás supe cómo se llamaba). En esta ocasión, ya estaba muy cercano a ella. El asunto, aparentemente, no eran los empellones, los intercambios de humores, las incómodas carteras de las damas, los maletines tipo bolsa de los estudiantes, etc., etc. No, el asunto era otro. Doña Chefa se aferraba, como si fuera una tabla de salvación, al tubo de metal que estaba en medio del pasillo.

Algunos de los tubos, para quienes jamás se han transportado en el Metro, no son de una sola pieza como las que usan en los ‘table dance’, sino que se divide colateralmente en tres partes, para dar oportunidad a que una mayor cantidad de personas puedan sujetarse.

La vaina es que la operación de desalojo, primero, y luego de entrada de los usuarios, es digna de una película, donde el pánico y el ‘corre-corre’ son los principales ingredientes.

Doña Chefa tenía su mano enrojecida de la fuerza con que sujetaba el inerte objeto y la verdad es que si no hubiera sido por ello, el mar de gente que se movió a su alrededor en esos pocos segundos, la hubieran llevado, tal vez, hasta ‘besar la lona’. Pero, por suerte, las cosas no pasaron a mayores.

La protagonista llegó a bajarse en una de las paradas subterráneas y, al hacerlo, trató de volverse, creo que para tratar de mascullar algo contra (¿?) nadie en realidad o contra todos.

Sin embargo, no pudo hacerlo, había mucha gente tratando de entrar al mismo tiempo y casi la empujan nuevamente hacia el carro, así es que no tuvo más remedio que marcar su dirección hacia afuera, pero eso no impidió que levantara el brazo que tenía libre y lo agitara, mientras apretaba su pequeño puño.

Originalmente, tenía la intención de hablarles sobre los estadios que nacieron como coliseos para el béisbol y que hoy son entregados como piezas de cambio 
(Rod Carew, Omar Torrijos) para amainar un poco el enojo de los señores del fútbol, dizque con la promesa de que algún día les serán devueltos a su deporte de origen, pero me entretuve recordando a doña Chefa o como quiera que se llame.

Por cierto, se veía muy bien vestido de fútbol el estadio ‘Rod Carew’. Tal vez, solo tal vez, podrían pensar los genios de las películas, en cambiarle el nombre.

Pero esa es otra historia y será en otro momento. Por suerte, esta herramienta digital es igualitica que el papel, lo aguanta todo.

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