Doña Chefa y los empujones en el Metro
(hablemosdeportes2.0@gmail.com)
Es cierto, la pandemia lo cambió todo. Pero, ¿Qué no cambió la llegada del llamado ‘insaciable’ virus? Totalmente la vida de todos y, a algunos, se las cobró de plano en forma literal.
Admito que tengo más de un año de no abordarlo, así es que no puedo conocer cuánto ha cambiado, aunque estoy consciente que los muchachos no están en las escuelas, y que las medidas sanitarias supuestamente exigen una cantidad determinada en cada vagón.
No obstante, en mis pesquisas he conocido que de eso ya nadie habla y si bien hay personal -por aquí y por allá-, no hay específicamente quién controle la capacidad que debe tener cada compartimiento.
En resumen, se forma el ‘rifatime’ en las horas pico y todos, absolutamente todos, quieren irse en el mismo tren.
El escrito que les paso a continuación fue un incidente que se registró hace un par de años, que me pareció, en ese momento, algo cómico, pero que se vive diariamente, tanto ayer como hoy, en nuestro Metro.
Aquí va la historia.
¡Carajo! La expresión fue contundente.
Tanto fue su efecto, que la chiquilla uniformada que escuchaba una estruendosa
música desde su celular Android (¿o era IPhone?) se quitó los auriculares para
saber lo que pasaba.
La verdad es que también puse atención a lo que ocurría. Como estaba a unos
pasos de la señora que había soltado la expresión, pude escuchar parte de su
monólogo cuasi enojado que le dirigía a....nadie en particular y, quizás, a
todos los que estábamos cerca de ella en el amontonado Metro.
“No es suficiente tener que compartir olores, pisadas, sino que también quieren
sacarlo a uno del poste”, mascullaba la pequeña señora, aunque algo robusta,
que me dio un aire a las abuelitas que abundan en las calles de mi querido
Colón. Como ‘Doña Chefa’, por ejemplo.
Llegué a entender lo que acontecía en la
siguiente estación donde se detuvo el moderno ‘Caballo de Hierro’.
El Metro estaba rebosante de gente, pero mucho más la estación donde se detuvo.
El ‘apretujón’ que se registró para salir solamente fue comparable con el que
se dio para entrar. No importa que el Metro esté pasando cada cuatro o cinco
minutos, los usuarios quieren irse en ‘ése’ precisamente. Fue entonces que
verdaderamente se formó el ‘revolcón’ que pregonaba don Salvador.
“Vuelve la vaina”, volvió a vociferar doña Chefa (bueno, la verdad es que jamás
supe cómo se llamaba). En esta ocasión, ya estaba muy cercano a ella. El asunto,
aparentemente, no eran los empellones, los intercambios de humores, las incómodas
carteras de las damas, los maletines tipo bolsa de los estudiantes, etc., etc.
No, el asunto era otro. Doña Chefa se aferraba, como si fuera una tabla de
salvación, al tubo de metal que estaba en medio del pasillo.
Algunos de los tubos, para quienes jamás se han transportado en el Metro, no
son de una sola pieza como las que usan en los ‘table dance’, sino que se
divide colateralmente en tres partes, para dar oportunidad a que una mayor
cantidad de personas puedan sujetarse.
La vaina es que la operación de desalojo, primero, y luego de entrada de los usuarios, es digna de una película, donde el pánico y el ‘corre-corre’ son los principales ingredientes.
Doña Chefa tenía su mano enrojecida de la fuerza con que sujetaba el inerte
objeto y la verdad es que si no hubiera sido por ello, el mar de gente que se
movió a su alrededor en esos pocos segundos, la hubieran llevado, tal vez,
hasta ‘besar la lona’. Pero, por suerte, las cosas no pasaron a mayores.
La protagonista llegó a bajarse en una de
las paradas subterráneas y, al hacerlo, trató de volverse, creo que para tratar
de mascullar algo contra (¿?) nadie en realidad o contra todos.
Sin embargo, no pudo hacerlo, había mucha
gente tratando de entrar al mismo tiempo y casi la empujan nuevamente hacia el
carro, así es que no tuvo más remedio que marcar su dirección hacia afuera,
pero eso no impidió que levantara el brazo que tenía libre y lo agitara,
mientras apretaba su pequeño puño.
Originalmente, tenía la intención de hablarles sobre los estadios que nacieron
como coliseos para el béisbol y que hoy son entregados como piezas de cambio (Rod Carew, Omar Torrijos) para
amainar un poco el enojo de los señores del fútbol, dizque con la promesa de
que algún día les serán devueltos a su deporte de origen, pero me entretuve
recordando a doña Chefa o como quiera que se llame.
Por cierto, se veía muy bien vestido de
fútbol el estadio ‘Rod Carew’. Tal vez, solo tal vez, podrían pensar los genios
de las películas, en cambiarle el nombre.
Pero esa es otra historia y será en otro
momento. Por suerte, esta herramienta digital es igualitica que el papel, lo
aguanta todo.
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